viernes, 17 de agosto de 2018

Riz Hacha Rota


Riz Hacha Rota era un valeroso guerrero enano. Pertenecía a un grupo de aventureros muy famoso en la zona. Aunque jamás lo reconocería, él los consideraba su familia.
Una tarde abandonó su grupo junto al mago elfo Metakawib. Querían explorar un antiguo bosque dónde había una gran presencia de magia negra. Darían un vistazo rápido para volverse a unir al resto de compañeros antes de que anocheciera.
Riz seguía a duras penas el ritmo marcado por Metakawib. Normalmente cuando el mago era consciente de que se había alejado demasiado de su compañero, disminuía su ritmo con una medio sonrisa dibujada en la cara. Pero una de las veces, en lugar de lo acostumbrado, el elfo se detuvo en seco. No se giró ni un ápice para observar al enano que le seguía el paso.
Riz lo alcanzó algo asustado esperando ver algo impactante frente al mago. Delante de él había un árbol. Un árbol bastante común. Pero Metakawib no apartaba la mirada de él. El enano lo zarandeó sin éxito para ver si así despertaba de su letargo. No le dio tiempo a meditar sobre lo que estaba ocurriendo cuando de repente Metakawib desapareció delante de sus narices. No había rastro de él.
—¿Qué estás haciendo ahí parado? No tenemos todo el día —reprochó la voz del mago en la lejanía.
Riz giró hacia la voz y vio al elfo a unos diez metros de él. No entendía nada, y lo prefería así; nunca fue amigo de la magia.
Al alcanzarlo siguieron su camino juntos. Pero al cabo de unos minutos, de nuevo Metakawib se quedó inmovilizado. Riz asustado por la situación sacó su hacha y se puso en guardia.
—Quien quiera que seas, ¡sal de tu escondrijo, cobarde! —gritó el guerrero.
De repente, Riz observó como su hacha desaparecía de sus manos y volvía a estar enfundada. Metakawib se había teletransportado de nuevo una decena de metros por delante suya y le observaba con cara extrañada. Eso fue lo último que vio Riz aquel día. De repente el mundo se desvaneció frente a sus ojos.
En ese mismo momento, Ricardo apagaba su ordenador y con su móvil escribía a su amigo Manuel lo siguiente: “Tío, así no hay quien juegue. Hasta que no me pongan fibra, y se solucionen los lagazos, yo no vuelvo a entrar. Sorry”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario